Se complica percibirlo como un chiste. En todo caso, genera una sonrisa de fastidio,
de resignación, de saber que el asentimiento repetitivo es, incluso, más veraz que
verosímil. ¿O no es cierto que hasta los propios economistas del establishment admiten
el corsé inamovible del pacto con el FMI?
La pérdida de soberanía monetaria es estremecedora pero, como si eso no bastase
para sentir una vergüenza profunda, ni apenas alcanza para que hagan bien los deberes
(se aclara por enésima vez que hablamos de la conducción política del modelo y no de
lo fantástico que les va a sus negociados internos y externos).
Cualquier dato y declaración que se tomen muestran a la desconfianza internacional
en Argentina creciendo sin freno. El último desembolso del Fondo, por 10.870 millones
de dólares, debe usarse en teoría para engrosar las reservas y jamás con el fin eventual
de emplearlo contra corridas cambiarias. El Gobierno pretende que lo segundo sea una
imposición flexible, pero es el propio FMI quien no acepta que sus recursos sean
utilizados para frenar al dólar y financiar la fuga de capitales.
La pregunta robustecida es cómo se pagará el muerto del endeudamiento externo
más colosal que haya sufrido el país. Desde fuentes cambiemitas se dejó trascender
que habría posibilidades de un préstamo extraordinario del tesoro estadounidense, por
20 mil millones de dólares, con el objeto de que por lo menos se garantice el pago de la
deuda en 2020. Puro humo, desactivado de inmediato desde Washington. Lagarde
advirtió que la economía global se desacelera, y el Banco Mundial previno que quienes
más sufrirán son los países expuestos al acogotamiento de sus divisas. Teléfono.
Lo tragicómico se presenta a través de las tres partes que el gobierno argentino
ofrece como respuesta general a cuanto ocurre en la economía.
Una explicación, la más cínica, remite a las tormentas exteriores, como si las
autoridades locales no fueran responsables de con qué previsión y cuáles herramientas
se prepararon para enfrentarlas.
La segunda, la más desopilante, habla de que todo se agrava por la amenaza de un
retorno kirchnerista, como si la posibilidad de que eso suceda no estuviera en relación
proporcional al desastre autogenerado.
La tercera, la más insoportable, se limita a insistir con que “es por acá” sin una sola
argumentación empírica, ni presente ni próxima, como si se tratase de esos factores
mágicos contra los que tanto despotrican (a propósito de densidades técnicas, mínimas:
¿puede ser que no haya un solo colega, entre quienes aceden a notas con altos
funcionarios y que tan urgidos estaban en el gobierno anterior por querer preguntar,
capaz de llevarse un ayuda-memoria con anotaciones sobre vencimientos de deuda
externa o estructura de formación de precios? O acerca de la desaparición activa de las
áreas de Trabajo y de Comercio Interior, al menos).
En medio de la escalada inflacionaria, sumada al aumento de la pobreza, el
desempleo y la brecha de ingresos entre ricos y pobres, que “es por acá” como única
cantinela ya problematiza seriamente la estructura aliancista de Cambiemos. Macri se ve
obligado a recomponer el frente interno con los radicales, que en principio fueron
convocados a una mesa chica para la única promesa de no enterarse por los diarios de
las medidas oficiales. Es otro síntoma de debilidad gubernamental.
El solo hecho de que se mencione la probabilidad de compartir fórmula con la UCR
está bien lejos de las aspiraciones originales, pero el macrismo necesita hoy cierta
estructura territorial -¿la garantizan aún los desvencijados correligionarios?- e imagen
de unidad con aliados que se fumó en pipa. ¿Para qué podría servir eso en una crisis
acentuada? ¿Y por qué los radicales se prenderían a acompañar al Pro hasta la puerta
del cementerio? Si afirman que la discusión no es por cargos, ¿cuáles medidas los
satisfarían dentro de un esquema ideológico que no permite ninguna de dirección
popular?
El Extonerlligate, que compromete cada día más a las esferas del Gobierno si por
tales se entiende a su armazón de jueces y periodistas, agrega combustible de
descomposición institucional. Y acaba de incorporarse lo que parece todavía más
grave, porque las revelaciones de Giselle Robles, ex abogada del actor Alejandro Fariña,
comprenden directamente al ministro de Justicia. Germán Garavano ni siquiera pudo
sostener una desmentida convincente, sobre haber participado en el coucheo del
histrión para perjudicar a CFK.
Si se lo ve desde la perspectiva de impacto público, es posible que el affaire haya
redundado en el discurso reaccionario de la antipolítica. Ese berreta “son todos iguales”
que, frente al tema, supondría un empate entre la repercusión de la causa fotocopias y
lo amplificado a partir de un Marcelo D’Alessio del que ahora nadie tenía la menor idea,
un fiscal Stornelli del que todos huyen despavoridos y unas futuras revelaciones que
harán continuar las firmas. Pero, visto desde el horizonte electoral, el escándalo le pega
al macrismo en su línea de flote porque la falsedad del republicanismo y la lucha contra
la corrupción resulta, quizá, herida de muerte.
Es así que en materia gestual y discursiva, además de las frases infantiles del
Presidente o de Dujovne arriesgando otra vez que lo peor ya pasó, sólo parecen quedar
los papelones incalificables de Patricia Bullrich en sus pasos de comedia.
La patria mediática oficialista, cuyo rating se va a la B, guarda un silencio tan
previsible como repelente frente a los escándalos acumulados. Ya teníamos los
mapuches armados hasta los dientes por la inteligencia inglesa, los iraníes infiltrados,
los venezolanos violentos, el turco sospechoso que pasaba por una manifestación.
En esta semana se juntaron los artistas chilenos que viajaban al congreso de la Lengua; los
futbolistas pakistaníes deportados; la campeona olímpica colombiana retenida en el
aeropuerto de Mendoza. Todos potenciales terroristas, desde ya. Como los pibes de la
comunidad musulmana encarcelados durante 22 días por una denuncia de la DAIA,
sobreseídos.
¿Cuánto tiene esto de gracioso y cuánto de intimidación horriblemente burda y
peligrosa?
El ninguneo mediático también se dio ante la multitud reunida frente al Congreso, el
jueves, que tuvo el valor agregado de reproducirse en las ciudades principales y siendo
que no había acto central, ni oradores, ni conducción unificada. Justamente por eso
resaltó destacable la energía de concurrir mientras adentro del recinto el macrismo
volteaba, entre otros, los proyectos para poner límite de tarifazos y eximir del pago de
ganancias a los jubilados. Se juntó afuera un popurrí de organizaciones gremiales,
movimientos sociales y agrupaciones varias, que en casos como el de la ¿dirección?
cegetista continúan pelando margaritas y en otros persisten en la lucha.
Para los medios solamente existió que hacia la noche hubo amenaza de acampe y
otro espantoso espectáculo de una mujer, vendedora ambulante, detenida por la policía
porque estaba cuidando bártulos de quienes manifestaban.
Esa Argentina de la burbuja cambiemita es el país de las vacas, donde el consumo de
carne cayó a su nivel más bajo en los últimos 50 años.
El mismo período en que nunca se había visto un equipazo como el que gobierna.