Ordenar las ideas en un momento como éste es difícil, no porque no se entienda lo que
pasa.
Sobre todo frente a algún pronóstico aproximadamente certero (en la economía, porque
en la política no parece que haya mucho más que observar), lo racional del análisis político
está atravesado por emociones contradictorias y demasiado fuertes.
Se complica, entonces, acertarle a dividir la carga de tintas entre lo principal y lo
secundario. O, al menos, a uno le pasa eso aunque, por lo visto en general entre
periodistas, opinadores, consultores, la complicación es compartida. Salvo, si se quiere
cual pretensión irónica, entre la fauna macrista de los grandes medios.
Desde el mismo domingo pasado a la noche se precipitan en el abandono del barco y
descubren como por arte de magia que la gente está pasándola muy mal, hace rato.
Será por eso que al Gobierno sólo le quedó el Mago sin Dientes, a quien cabe reconocerle
un estoicismo mucho más digno que la retirada de los exégetas macristas.
Fogonearon con una violencia retórica indescriptible que la opción era entre la República
y Venezuela, Nosotros o el Caos, Pasado o Futuro, Decentes o Corruptos, para ahora
cuestionarlo como un mero error de apreciación.
A ninguno, sin embargo, se le ocurrió autoincriminarse por mala praxis profesional,
porque de allí a reconocerse como operadores -de sobre oculto, dicen los pérfidos- hay
medio centímetro. Si lo hay.
Ahí está: en ese aspecto accesorio de lo que hace la pandilla de ex voceros oficiales ya
se fueron más de ciento y pico de palabras, y de 700 caracteres. Ganó lo emocional.
En otras cosas también gana lo ardoroso, pero se equilibra un poco al relacionárselo con
sus influencias. Varía.
Por ejemplo, la victoria arrolladora con una distancia no tan impensada del Frente de
Todos demostró, como señala Jorge Alemán, la existencia de un sujeto político, de una
categoría simbólica, que la derecha nunca logra disolver del todo. Y que constantemente
retorna.
Esa es de las emociones que tiran para arriba, sirviendo al examen profundo. Que se
apoyan y construyen desde lo mejor del pueblo argentino, para enrostrárselo a aquellos
que pretenden deshistorizar la vida política y las marcas indelebles. Que son útiles para
exponer que los ladrones de la exclusión social tienen sus fondos a buen resguardo, para
satisfacerse individualmente. Un onanismo pecuniario del que cabe dudar cuánto les sirve
para qué. Sus rostros conocidos no pueden asomarse a recorrer una vereda.
Engordaron sus cuentas con una ineptitud de mando que, otra vez, enseñó a sus grandes
cuadros como una invención propia de la hegemonía discursiva que hoy se meten allí,
exactamente allí.
El mejor equipo de los últimos cincuenta años termina como debía terminar. Y el resultado
de las elecciones testifica que el error de casi ningunearlos, hace cuatro años, es
proporcional al de haberlos sobreestimado.
Podrá ser cierto que “la gente” vota siguiendo al instrumento que tiene a mano,
desprovista de mayores consideraciones ideológicas. En 2015 a fin de sacarse de encima
a las formas cristinistas, para sintetizarlo muy rápido, aun valiéndose de un esperpento
que no trabajó en su vida. Y en 2019 para arrepentirse de lo que era obvio.
La diferencia es que Macri acaba revelándose como un accidente horrible de patas cortas.
Ahora no da para hablar de cómo reinventará liderazgo un bloque de poder -vigente- que
esperaba un conductor y se encontró con un inútil.
Las movidas maestras de Cristina, en cambio, son el producto de lo que no es esporádico.
Es la consecuencia de una fortaleza objetiva, el peronismo, que cuando logra su mejor
expresión vuelve a tributarle a ese empate histórico entre los proyectos populares
inconclusos y la oligarquía –qué tanta vuelta con las palabras- incapaz de imponer sus
condiciones en forma definitiva.
Por ejemplo, también, todo el escenario está surcado por las emociones -macristas
incluidos, quizá, o desencantados- sobre algo que se hace prácticamente imposible de
describir.
Se vio en estos días que, hasta para las voces y plumas más brillantes de un lado y otro,
se hace cuesta arriba una oración, no ya una prosa, que condense el asco o la
desorientación frente un hombre llegado al límite de hacer responsable al pueblo por la
masacre de los mercados y la inflación desbocada.
Es desde las entrañas del establishment, que como corresponde lo ha dejado solo con su
delirio, donde se admitió o sugirió que Macri ordenó no frenar la suba del dólar, el lunes,
para que los argentinos aprendan a votar.
Es desde la obscenidad de un país con hambre donde están las imágenes de una catarsis
motivacional del macrismo, en el CCK, ese antro de la corrupción kirchnerista según se
cansaron de blasfemar, con Carrió llamando a la violencia al hablar de los muertos que
tendrán que sacar de Olivos.
Es un extraviado que ya no ejerce de presidente efectivo. Que ni siquiera puede
administrar con algún gesto creíble el mandato del teleprompter. Cuando grabó el
mensaje de suspensión del IVA a unos productos básicos, hasta diciembre como todo el
resto del paquete de ahogado, estaba en virtual soledad y ni tan apenas recibió
instrucciones de evitar ¡la sonrisa!.
Es Heidi borrada. Es Micky Pichetto sudando al lado de Macri para advertir que el jefe de
Estado está “en control”. Son los periodistas de los antros oficiales tuiteando cambios de
gabinete el jueves hasta avanzada la noche, y bajando los posteos casi inmediatamente
porque los desmintieron desde una Casa Rosada donde no hay comando ni para coordinar
versiones tan ciertas como falsas.
Al cabo, todo eso es diagnóstico. Tiene unas partes valiosas y otras supletorias, como en
los dos grupos de ejemplos que acabamos de citar. Pero, a futuro de corto plazo, no es
más que lo dicho. Diagnóstico.
De todo laberinto se sale por arriba, escribió Leopoldo Marechal.
Esa imagen volvió a la memoria porque, licencia poética al margen, no se encuentra
manera de imaginar cómo llega este Gobierno, que virtualmente ya no existe, a cumplir
plazos institucionales.
Reina exceso de eufemismos en la gran mayoría de opiniones “profesionales” circulantes,
porque pocos se animan a admitir que hay vacío de poder. O bien, de cómo gestionarlo.
La diferencia es relativa.
¿A quién se le ocurre, seriamente, que a estas alturas Macri puede encarar una campaña?
¿Con qué discurso, tras haber suicidado todo su manual ortodoxo, tras que ya se sumó
al “populismo”; tras que se inundó, carajo?
¿Se tiene noción efectiva del sufrimiento popular realmente existente?
Ofende a la razón la cantidad de ingenuos y manipuladores que citan como probable un
renacimiento electoral del macrismo. La ola se los llevará puestos de forma más
concluyente todavía y amenaza con cargarse a la ciudad de Buenos Aires.
La oposición, en su conjunto e incluyendo a los sectores más radicalizados, da muestras
de asumir su responsabilidad con toda la estatura que se debe. Nadie llama a incendio
alguno. Nadie. Todos son conscientes de quién pondría los muertos a que convoca Carrió.
Alberto Fernández, pudiendo empujar a Macri, de inmediato, al abismo provocado por el
equipazo, “calmó” a las fieras así fuere por lapso corto. Continuó haciéndolo en sus
últimas declaraciones. Una hipótesis es que se curó en salud previniendo lo que recibirá
su gobierno. Otra conjetura, igual de potente, es que en cualquier caso recibirá una
catástrofe y que podía darle lo mismo asumirla ahora o en diciembre. O cuando se retire
el Gobierno: que la oposición actúe con responsabilidad no significa, necesariamente, que
los tiempos no vayan a acelerarse.
Por fin queda claro que los violentos están en Ex Cambiemos, y que la moderación es
obra de los ganadores y del resto de la oferta electoral.
Desde el fondo del pozo, solamente cabría salir.
La épica, dijimos alguna vez de hace no tanto, consiste en lo módico y urgente de
empezar a dar respuesta a una crisis que en la salud del sistema financiero no es igual a
la de 2001, porque los bancos tienen, de mínima, solvencia coyuntural. Pero socialmente,
ya se parece mucho.
Lo que queda de este Gobierno es un grupejo que incluye a monos con navaja, sin
respuestas posibles.
Da un inmenso pudor, en estas circunstancias desesperantes para tantos argentinos,
advertir que no se debe marchar hacia donde esa monada está esperando. Reprimir,
excusarse en los provocadores del caos.
Todo para nada, desde ya. Pero cuidado.
Cuidado y cierta esperanza. Ningún país salió de sus peores etapas, nunca, solamente
basado en resentimientos comprensibles.
Aunque parezca que no fue el domingo pasado sino hace un siglo, visto el neo-drama
desatado por el equipazo de perversos, más el pueblo que la gente aclaró que le queda
bastante por decir.
MARCA DE RADIO, sábado 17 de agosto de 2019
