Aparecen buenas noticias para la marcha de la unidad, o mínimamente unión.
De a poco, salvo para la urgencia de comentaristas diversos, surgen signos positivos.
Sobresale el acuerdo logrado en Santa Fe, que incluyó al Frente Renovador al igual que
en La Pampa. En Entre Ríos también se cerró un pacto amplio. Chubut es otro ejemplo,
como Neuquén y Río Negro. Se suma San Juan. Similar a lo que sucede con las
intendencias de los cordones bonaerenses y con dirigentes o sueltos varios que, hasta
ayer nomás, sólo se preocupaban por mostrarse espantados si les hablaban de arreglar
alianzas básicas con el espacio kirchnerista.
Hay relación directa entre esas concreciones de agrupamiento opositor y un cuadro
económico dramático, del que ciertos aspectos en la narrativa oficial parecen
surrealistas. Macri dijo que la inflación está bajando, al borde de difundirse que el índice
de enero llegó a un 2,9 por ciento. ¿No le avisan? ¿Se desboca por su incontinencia
rudimentaria? Porque encima, en Capital y GBA, llegó el nuevo tarifazo en el transporte
público. Agréguense algunos síntomas de fisuras en la alianza gubernamental y su
bloque dominante, con tope por ahora en radicales díscolos -lo díscolos que pueden ser
los radicales- y en el enfrentamiento con Techint por la quita de subsidios. Nada grave,
pero atención porque ya se registra de sobra que los contactos de referentes
empresariales con CFK y Axel Kicillof son cada vez más frecuentes.
Quitado el enchastre de los escándalos judiciales que confunden a medio mundo, que
pasaron a ser el ardid oficial para vender que de última somos todos iguales y que en
esa maraña es mejor malo conocido (Cambiemos), una plataforma clave del Gobierno
continúa siendo la plata que vuelca en el conurbano. Si no fuera por esos fondos que
controlan al incendio social, más el clima de represión que se vive allí, otro sería el
cantar. De algún modo es extravagante: se pensaba que el macrismo dejaría de lado a
los sectores bajos de la pirámide, para consolidar el apoyo en la clase media. Ocurre
que sostiene por abajo y liquida a la clase media.
Mientras tanto, y según se conoció a través de los últimos datos de la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la deuda argentina ya se acerca al
ciento por ciento del PBI (97,7%). En 2015 era la mitad. Significa que se debe el doble
del tamaño/producción de la economía, cuando se incluyen los desembolsos del FMI en
octubre y diciembre del año pasado. Lo acordado para éste es que el Fondo gire otros

29 mil millones de dólares, e inclusive más luego de octubre, creando un escenario
técnicamente catastrófico para después de las elecciones.
Macri lo hizo, pero es peor todavía porque el 75 por ciento de la deuda está en
dólares. Esa proporción, a 2015 y como lo reconocen hasta los voceros del
establishment, no llegaba al 15 por ciento. Un monto de deuda en moneda extranjera
que reitera la obviedad de cómo Argentina podrá pagarlo si no genera divisas, al revés
de otros países que emiten deuda en moneda doméstica y a tasas relacionadas con las
que crece su economía.
Somos los más endeudados de la región. En un proceso recesivo galopante. Y eso
tampoco es lo peor, porque ni el endeudamiento ni las perspectivas son a cambio de
reforma estructural alguna para achicar el déficit ni para invertir en sentido productivo.
Es solamente para facilitar la fuga de capitales.
Entender la secuencia operativa del Gobierno debería estar al alcance de cualquiera
con un gramo de frente, porque además la experiencia histórica es implacable (la última
dictadura, el menemato, y ya esta misma gestión con herencia propia). Pero, sobre todo
de cara a las franjas de clase media y como resumió Claudio Scaletta en su contratapa
del Cash el domingo pasado, el adversario teórico lleva una amplia delantera que los
macristas sintetizan en la penuria del único camino posible. “Son años de Tiempo
Nuevo, de Hora Clave, de Periodismo para Todos, de cientos de miles de horas de radio
con el desfile de los economistas pagados por el poder económico repitiendo su
discurso (…) La insistencia publicitaria logró, por ejemplo, que la población no
especializada (politizada, diríase) asuma algunos de sus axiomas económicos como si
fuesen verdades indiscutibles. Y más todavía, como si fueran parte indisoluble del
sentido común”.
Veamos este otro “sentido común” que, también, hasta pudo verse relatado por algún
forista en uno de los medios hegemónicos. Para fugar un capital es necesario comprar
dólares a un precio “razonable”. Ahí intervine Macri y le pide al Fondo un préstamo que
le inunde de dólares el mercado para evitar que suba a 50. Los amigos de Macri
compran esos dólares a través de bonos, que venden en el exterior con una quita, y
dejan esos capitales tranquilitos en un banco fuera de Argentina. Los perejiles que
pagan la cuenta son los que no pueden fugarse. Lo único que tienen (en el mejor de los
casos) es una empresita, una casa, su trabajo, una jubilación, cualquier cosa imponible
que no sea trasladable fuera de la jurisdicción impositiva de la Argentina. Esos son los
que tienen que pagar la cuenta de la que huyeron los grandes capitales amigos del
Presidente y, encima, la de la deuda generada para que pudieran fugarse. Más la que
continuará disparándose mientras los extraviados, de esos que aún sobrarían gracias al
triunfo publicitario de los verdugos, creen que se liberaron del cepo cambiario. Ahorrar
en divisas les quedó de fantasía, pero lo importante es que creen en la libertad de
quienes los compran ya ni siquiera con el único límite de 5 millones de dólares por mes.
Esa es la bomba que espera. La de la deuda.
No se puede perder de vista a los publicistas de Macri, sin embargo o se supone. El
centro de su táctica es y será la corrupción K, meter bala, bolsonarizarse, Patricia
Bullrich (por más mentira que parezca), la lucha de Heidi contra las mafias bonaerenses
y aquello de que estaremos mal aunque un poquito mejor que la horripilancia del
pasado. Eso de que “prefiero estar peor con Macri que mejor con Cristina”. Si tampoco
se puede creer, no estaríamos hablando de que la lucha parece pareja.
A todo eso debe adosarse que, frente a la bomba del endeudamiento externo,
volverán a trabajar que el único camino es éste. Seguir endeudándose y confiar en los
amigos internacionales de Macri porque no lo dejarán solo, porque el mundo se acuesta
a la derecha, porque Vaca Muerta, porque ya exportamos cerezas a los chinos. Cierran
unas 40 pymes por día, de acuerdo con la data coincidente del “mercado” y sólo por
tomar una ejemplificación que ni siquiera es la más terrible, pero el futuro ya llegará.
Para desbaratar ese discurso sádico, la unión electoral que parece estar en marcha
requiere de complementarse con una retórica realista, firme, convincente hacia las
franjas medias decepcionadas con esta calamidad que gobierna la Argentina. Un
discurso capaz de, si no re-entusiasmar a los indiferentes, por lo menos atreverse a una
cana al aire menos conservadora, un poco más audaz. Habrá que empezar a ponerle
nombre a unas propuestas de ese tenor, y algo de eso también despunta.
La figura está y se llama Cristina, que es la única con votos. No hay otra por ahora. El
tema es si, además de líder indiscutible del auténtico espacio opositor, de los sueños de
una enorme porción de los argentinos que con ella y con Néstor vivían
indiscutiblemente mejor, sabrá ser conductora política. Conductora del barro que se
necesita para ganarle a Macri, en la articulación electoral. A estar por los datos y las
inferencias, falta comprobación empírica pero parecería que sí. Van a tirarle con
cualquier cosa. De hecho, en unos días comienza su desfile por tribunales. Tienen
amenazada a su hija por una causa de cuando Florencia tenía 13 años. Van a seguir
carpeteando a como venga. Ya lo hacen. Nunca se vio algo así, con esta intensidad, y
no habrá de poder creerse lo que vendrá.
Se vienen los momentos, el período electoral, las decisiones discursivas, en los que
-como coincidíamos hace unos días con Beto Quevedo, el director de Flacso- debería
quede claro que a Macri no se le gana solamente denunciándolo.
Ya está el desastre que hizo. Pero si en el imaginario colectivo suficiente no hay una
propuesta superadora, podría continuar haciéndolo.
La gran pregunta es qué se hace con desencantados y apáticos.
Enojarse, seguro que no





